
Me imagino que al ser abogado de víctimas de impericia médica en Puerto Rico no será tarea fácil a la hora de sentirme enfermo y buscar un médico u hospital adecuado que hayan escuchado hablar de mí. Debo decir de entrada que, aunque soy de la firme idea de que “todos somos pacientes”, afortunadamente, gozo de excelente salud.
Cuando adquieren confianza, algunas personas bromean conmigo. Me dicen que no voy a conseguir un médico dispuesto a atenderme o un hospital a admitirme. Con igual son de broma siempre contesto que ya tengo un expediente abierto con el veterinario de mi perra Filo, cuya foto engalana este ensayo. Ello, por si acaso me enfermare lo suficiente como para tener que buscar ayuda médica.
Es conocido que Puerto Rico carece de una base de datos disponible a la que podamos acceder, para poder conocer las calificaciones de un médico antes de atender a su consulta en busca de ayuda profesional. Es que el derecho que tiene un paciente a conocer al médico de antemano es tan obvio que me parece absurdo que en un país como el nuestro, no lo podamos hacer. El número de demandas de impericia médica que le han presentado en su contra, si sus privilegios le han sido revocados o suspendidos por alguna razón, si ha sido convicto de delito, en fin, datos realmente pertinentes, deben ser puestos a disposición del público para que tome una decisión informada sobre las manos de quien recaerá su suerte como paciente.
Existe una ley hace años, que obliga a la Junta de Licenciamiento y Disciplina Médica de PR, Antiguo Tribunal Examinador de Médicos a tener esa información disponible en forma de base de datos. Solo tiene que hacer un reglamento para poder implantarla. Pero no lo hace y no hay una expectativa razonable de que lo haga. Una legisladora, seguramente inconsciente de la existencia de esa ley, redactó una medida a con igual propósito que quedó en el limbo de alguna gaveta del capitolio.
Como abogado de víctimas de impericia médica, al menos cuento con alguna ventaja y con ciertos mecanismos que me permiten averiguar quién es quién dentro de la profesión médica en nuestro país. Y aunque no voy a hacer cierta mi broma de acudir al veterinario de mi perra, ciertamente no acudiría a ningún médico con credenciales dudosas. Pero eso soy yo y probablemente mi familia y allegados.
Y ¿qué ocurre con el resto del país que se entrega día a día a muchos médicos con la fe ciega puesta en sus presuntas habilidades? Con suerte, no les ocurrirá nada porque estos médicos negligentes, afortunadamente, son la minoría en el país. Una minoría que le protege una absurda presunción legal de corrección en sus actuaciones y que los mamparan sus pares en una crónica solidaridad tribal que les impide a muchos hacer peritaje en casos meritorios de impericia médica y a declarar en favor de una víctima para desenmascarar su victimario y lograr justicia. Una minoría que se aprovecha, además, de la falta de información y en caso de pleitos, de los acuerdos confidenciales en las transacciones que deliberadamente ocultan su negligencia y que hacen ver la decisión tras el acuerdo de transigir como una mera "decisión de negocios".
La mayoría de los médicos escogen esa profesión, yo espero, siguiendo una verdadera y real vocación de ayuda al prójimo. Pero esa sigue siendo una "mayoría silente" en protección de gente que no se lo merece. ¿Hasta cuándo? Solo ellos lo decidirán. Ciertamente, lo más aconsejable es no enfermarse o, como yo, ir abriendo un expediente con el veterinario de su mascota, por si acaso.