lunes, 31 de mayo de 2010

Enfermarse o no enfermarse, esa es la pregunta


Me imagino que al ser abogado de víctimas de impericia médica en Puerto Rico no será tarea fácil a la hora de sentirme enfermo y buscar un médico u hospital adecuado que hayan escuchado hablar de mí. Debo decir de entrada que, aunque soy de la firme idea de que “todos somos pacientes”, afortunadamente, gozo de excelente salud.

Cuando adquieren confianza, algunas personas bromean conmigo. Me dicen que no voy a conseguir un médico dispuesto a atenderme o un hospital a admitirme. Con igual son de broma siempre contesto que ya tengo un expediente abierto con el veterinario de mi perra Filo, cuya foto engalana este ensayo. Ello, por si acaso me enfermare lo suficiente como para tener que buscar ayuda médica.

Es conocido que Puerto Rico carece de una base de datos disponible a la que podamos acceder, para poder conocer las calificaciones de un médico antes de atender a su consulta en busca de ayuda profesional. Es que el derecho que tiene un paciente a conocer al médico de antemano es tan obvio que me parece absurdo que en un país como el nuestro, no lo podamos hacer. El número de demandas de impericia médica que le han presentado en su contra, si sus privilegios le han sido revocados o suspendidos por alguna razón, si ha sido convicto de delito, en fin, datos realmente pertinentes, deben ser puestos a disposición del público para que tome una decisión informada sobre las manos de quien recaerá su suerte como paciente.

Existe una ley hace años, que obliga a la Junta de Licenciamiento y Disciplina Médica de PR, Antiguo Tribunal Examinador de Médicos a tener esa información disponible en forma de base de datos. Solo tiene que hacer un reglamento para poder implantarla. Pero no lo hace y no hay una expectativa razonable de que lo haga. Una legisladora, seguramente inconsciente de la existencia de esa ley, redactó una medida a con igual propósito que quedó en el limbo de alguna gaveta del capitolio.

Como abogado de víctimas de impericia médica, al menos cuento con alguna ventaja y con ciertos mecanismos que me permiten averiguar quién es quién dentro de la profesión médica en nuestro país. Y aunque no voy a hacer cierta mi broma de acudir al veterinario de mi perra, ciertamente no acudiría a ningún médico con credenciales dudosas. Pero eso soy yo y probablemente mi familia y allegados.

Y ¿qué ocurre con el resto del país que se entrega día a día a muchos médicos con la fe ciega puesta en sus presuntas habilidades? Con suerte, no les ocurrirá nada porque estos médicos negligentes, afortunadamente, son la minoría en el país. Una minoría que le protege una absurda presunción legal de corrección en sus actuaciones y que los mamparan sus pares en una crónica solidaridad tribal que les impide a muchos hacer peritaje en casos meritorios de impericia médica y a declarar en favor de una víctima para desenmascarar su victimario y lograr justicia. Una minoría que se aprovecha, además, de la falta de información y en caso de pleitos, de los acuerdos confidenciales en las transacciones que deliberadamente ocultan su negligencia y que hacen ver la decisión tras el acuerdo de transigir como una mera "decisión de negocios".

La mayoría de los médicos escogen esa profesión, yo espero, siguiendo una verdadera y real vocación de ayuda al prójimo. Pero esa sigue siendo una "mayoría silente" en protección de gente que no se lo merece. ¿Hasta cuándo? Solo ellos lo decidirán. Ciertamente, lo más aconsejable es no enfermarse o, como yo, ir abriendo un expediente con el veterinario de su mascota, por si acaso.

lunes, 3 de mayo de 2010

Cuando los EXTREMOS caen en la EXTREMAUNCION


En el espectro de las posibilidades del tema de la impericia médica y de la negligencia hospitalaria, hay abogados que deciden tomar otro tipo de caso porque no les gusta esta materia por lo difícil y complicado, otros que pierden uno que otro caso y se desaniman, otros que no encuentran peritos o que el perito que consiguen es malo o el bueno que no rindió en el juicio los frutos que esperaban. Existen otros pocos, como yo, que no importa qué y del hecho cierto de la excelencia profesional que habitualmente exudan los abogados de los médicos y hospitales en la litigación durante el trámite judicial, seguimos en esto, como quijotes idealistas en busca de la estrella inalcanzable. Eso en el lado de los abogados.

En la cancha de los médicos y otros profesionales de la salud, los hay desde los que se mofan de las víctimas, como el médico demandado que, en un derroche de insensibilidad, me remitió un cheque de cinco centavos endosado a favor de la hija sobreviviente de la paciente fallecida. Dicho sea de paso, el fallido humorista terminó pagando bastante dinero por su negligencia. Del otro extremo trata la noticia que les reseño, con la que me levanté esta mañana en mi navegar por las páginas del ciberespacio.

Atormentado por lo que aparentaba ser evidencia contundente de que, por su negligencia, había ocasionado la muerte de un paciente, Mathew Crabtree, técnico de rayos-x del Diana Princess of Wales Hospital, en Grimsby, en el Reino Unido, se quitó la vida. El hombre fue encontrado muerto unos días después de la muerte de Kathleen Wise, contadora retirada de 66 años de edad, quien tenía problemas estomacales y había sido sometida a una prueba diagnóstica de enema de bario en dicha institución hospitalaria. Luego de que el bario fuese insertado para crear contraste como parte del procedimiento radiológico, el técnico accidentalmente laceró su intestino delgado y por las dos punciones que negligentemente hizo se infiltró el líquido tóxico a su torrente sanguíneo, según reveló la autopsia de la dama fallecida por un arresto cardiorespiratorio.

La señora Wise se mostraba ansiosa por el procedimiento al que sería sometida, que consiste en pasar un contraste por el intestino para resaltar en una radiografía cualquier problema intestinal, pero finalmente accedió a este ante la mínima probabilidad de complicaciones del mismo.

En la investigación hecha internamente por el hospital inglés, el técnico admitió que probablemente había colocado el tubo en la posición incorrecta. Esta admisión, en mi opinión, por si las moscas, es prueba de negligencia que hace descartar la teoría de riesgo inherente que lo eximiría de responsabilidad legal.

Los directivos del hospital confían en que la revelación de la investigación que hicieron sobre la negligencia haga que el viudo pase la página y que continúe con su vida sin demandarlos. Hay estudios que demuestran que este tipo de enfoque abierto y de admisión de negligencia, minimiza las probabilidades de una demanda potencial. Esto ha funcionado en los hospitales de veteranos, que implantaron una política en ese sentido. Sin embargo, el que paga los platos rotos cuando un médico del sistema de hospitales de la Administración de Veteranos mete la pata es el gobierno federal de los Estados Unidos, bajo el Federal Tort Claims Act. Creo que es poco plausible que las aseguradoras de ese riesgo estén dispuestas a que sus asegurados adopten este enfoque abierto. Aún no llega ese momento.

Sin embargo, tal parece que el viudo no se limitará solamente a pasar la página, como confían los directores del hospital galo, pues ha informado que está decidido a demandar al hospital. Esto me parece muy bien, porque a su esposa no se la va a devolver nadie, gracias al suicida.

De mi parte un consejo gratis a los profesionales de la salud: no se mofen de las víctimas de su impericia ni se suiciden por el martilleo en la conciencia que ocasionalmente surge por el sentido de culpa. Tómenlo con calma y no se excedan con los calmantes, solo paguen por sus errores.