miércoles, 5 de diciembre de 2007

Hay abogados y ABOGADOS

Un abogad@ litigante no puede, por razones obvias, pero, más aún, debido a los Cánones de Etica que rigen la profesión, prometer resultados a una persona que potencialmente puede ser cliente y que acude a su consulta. Ha habido casos de desaforo en Puerto Rico en los que la falta cometida por el abogad@ ha sido precisamente ésa: prometer determinado resultado positivo en un litigio a un cliente. Y es que resulta lógico. Ningún abogad@ tiene el control de los jueces o los jurados.

Aquel que presume de saber lo que un juzgador de su caso va a decidir es simplemente un abogado truquero. Nuestra judicatura es una de las más honestas del mundo. Nuestros jueces son personas buenas, están bien pagados y sencillamente, antes de ser nombrados, pasan por un cedazo eminentemente moral que garantiza la imparcialidad en los procesos ante su consideración. ¡Hombre! En todos lugares se cuecen habas. No pretendo ser tan ingenuo como para decir que el 100% de nuestros jueces y juezas han sido buenos. Los ha habido malos, injustos, imbéciles y hasta truqueros. De cada una de esas categorías me vienen a la mente unos cuantos ante quienes he postulado a lo largo de tres décadas en esta carrera. Sin embargo, por todas esas razones y otras más que, de momento, no se me ocurren, estos jueces han sido objeto de suspensiones y hasta de desaforos de la profesión, aunque algunos han sobrevivido hasta culminar sus nombramientos, constituyéndose en un dolor de cabeza perenne para los abogados.

Los casos de impericia médico-hospitalaria no son la excepción. En un caso de alegada impericia médica que traen ante la consideración de un abogado, con la excepción de que sea un verdadero calco de uno que ya ha tenido - y cada caso tiene sus particularidades - el abogad@ no debe decir enfáticamente que hay negligencia a menos que un perito médico lo analice. Puede expresar su impresión de lego en la medicina, pero sin asegurar nada. Hay excepciones, naturalmente. Cuando se deja una gasa o unas pinzas en un abdomen cerrado quirúrgicamente, la negligencia es tan obvia que no amerita tomar aquí excepción. Esos son los menos. La gran mayoría de los casos amerita un análisis pericial para una determinación de si hay o no negligencia.

Por más experiencia y prominencia en la profesión que tenga, el abogad@ NO DEBE decir enfáticamente al cliente potencial que existe en su caso una impericia médico-hospitalaria. Si lo hace es sencillamente un truquero que quiere que lo contraten. Cuando lo hace está cometiendo una falta ética grave. Imprime en el cliente la seguridad y, peor aún, la garantía de que va a prevalecer en su día cuando presente la demanda en los tribunales. Y volvemos al principio. Un abogado no puede (debe) garantizar resultados al cliente potencial porque sencillamente no tienen control sobre lo que decida un juzgador de hechos cuando se presente ante sí la demanda.

El abogad@ puede estar excelentemente preparado para llevar su caso al tribunal. Esa puede ser su costumbre, independientemente de los hechos de su caso. Ello no justifica, sin embargo, que le garantice resultados al cliente. Algunos lo hacen continuamente. Por eso hay abogados y hay ABOGADOS. Pienso así; no sé, quizá sea porque me crié viendo a Perry Mason.

lunes, 3 de diciembre de 2007

La magia de la guitarrita de juguete


Los orientales Gaspar, Melchor y Baltasar le regalaron la misma guitarrita de juguete por varios años consecutivos. Más o menos para el ocho de enero, cual mágica, sigilosa y con gran cautela, de la misma manera en que llegaba, la guitarrita de juguete desaparecía, dejándole al canito de ojos azules nuevamente las manos vacías. Cada seis de enero, a cambio de una cajita repleta de coítre, ingenuamente volvía a recibir de los Reyes Magos su guitarrita de juguete, celebrándola como si fuera nueva.

Era una época de arraigada y sostenida contracción económica en Puerto Rico. El hogar de mis abuelos paternos no era la excepción. El exiguo producto del trabajo de mis abuelos apenas alcanzaba para las necesidades apremiantes de su familia de cinco hijos. Afortunadamente para su psiquis, los niños no tenían con quien comparar sus modestos regalos de Reyes, ya que, como ellos, el resto de las familias que componían el vecindario eran igualmente pobres económicamente. Para mi viejo, por tanto, una guitarra de marca genuina y su guitarrita de juguete era lo mismo.

Esa generación de hombres y mujeres, a la que pertenecieron nuestros padres, aprendió a apreciar las guitarritas de juguete que les regalaban los Reyes de Oriente, aunque fueran regalos fugaces que desaparecían tal y como llegaban. Cuando desaparecían, como la guitarrita, aprendían también a crear sus propios juguetes, sin dinero, con materiales de desecho que tenían a su disposición.

Palos de escoba eran usados como caballitos de madera. Volantines o chiringas hechas con guajana de caña, papel de panadería y retazos de tela, adornaban los cielos azules en cada fresca primavera. Los carritos eran hechos con madera vieja y latas de salchichas vacías. Una estaca de madera, cortada en un extremo a cuarenta y cinco grados y clavada en el tablón central, era el freno de mano. Su bocina era hecha con un pote atravesado por un clavo mohoso.
Como eran pocos los médicos que había en el país, no ya en San Lorenzo, proliferaban los remedios caseros, las comadronas y los procesos cuasi espirituales donde santiguaban al enfermo. Aunque no era de esa generación, yo mismo fui objeto de un proceso de estos en el que una viejita me estuvo sobando la barriga por unos minutos con un aceite tras haberme tragado una hoja de no recuerdo qué planta, que me produjo un agudo dolor abdominal.

Por supuesto, las demandas de impericia médica no se conocían, porque los médicos eran seres extraordinarios y respetados cuya mano, casi santa, no se podía implicar en acto negligente alguno. Ingenua percepción, pero real.

Las cosas cambiaron en Puerto Rico y el progreso tras la Segunda Guerra Mundial llegó a muchos hogares. Los cañaverales fueron despareciendo con el tiempo y asimismo, las chiringas caseras. El afán consumista y algo de vagancia dió paso a los volantines plásticos a colores, en forma de diamante, sin rabo ni guajanas. Los carritos de bolines fueron sustituidos por los “hot wheels” de plástico, los trompos y yoyos fueron sustituidos por los juegos computarizados, que dejan nada a la imaginación del que los juega.

Los grados universitarios proliferaron en nuestra población, como también los médicos, abogados, ingenieros y otros profesionales por el estilo. Por otro lado, desapareció de nuestro panorama la figura de la comadrona para atender los partos naturales. Mientras, con la llegada del progreso apareció la corrupción gubernamental, la concienciación sobre la impericia médica y asimismo, las demandas en los tribunales en contra de los médicos que la cometen y hasta las licencias médicas fatulas expedidas por el TEM.

Creo que nuestra sociedad debe ser sacudida fuertemente para que las cosas retornen a un nivel donde haya mejor calidad de vida que la que hoy disfrutamos. Necesitamos una sociedad en la que se retomen los valores que se han venido perdiendo, donde el sistema de salud tenga como norte las necesidades del paciente y de su familia, no el avance económico de la inversión del accionista del hospital y de la farmacéutica.

Nuestros antepasados podían no haber contado con tantas cosas materiales como tenemos hoy. Sin embargo, la mirada de nostalgia que se refleja en sus ojos al contarnos sus memorias implica, como dice el viejo refrán, que todo tiempo pasado fue mejor. Total… la guajana no se consigue y el pan ya no se envuelve en papel para hacer flecos. No sé, para recuperar la magia perdida quizá sea necesario regresar al tiempo de las guitarritas de juguete en época de Reyes.

sábado, 1 de diciembre de 2007

¿Hospitales o cajas registradoras?


Aunque a algunos le cueste trabajo admitirlo, los hospitales en Puerto Rico producen millones de dólares que van a parar a manos de sus dueños o accionistas, de las compañías de equipo médico y a los bolsillos de las farmacéuticas. No olvidemos también que los hospitales proveen su sustento económico a la clase médica y a todo el personal de apoyo y servicios paralelos.

Los hospitales deben ser lugares donde la gente enferma acude para curarse. Con más frecuencia de la debida y por razones ajenas a la buena práctica médico-hospitalaria, en un hospital el paciente empeora y las personas muy enfermas mueren en dolor y desesperación, ante la sorpresa y sobretodo, impotencia de sus familiares y los rostros insensibles del personal.

Muchos hospitales fueron fundados y operados en sus inicios por médicos o filántropos cuyo propósito era muy loable y humano. Ya no más. Con la notable excepción de aquellos que aún funcionan “sin fines pecuniarios”, los servicios de la salud se han convertido, desafortunadamente, en una industria donde prima el billete. La mayoría de los hospitales hoy día solo son objetos tangibles de inversión económica para sus accionistas, con la particularidad de que el "negocio" brinda servicios de cuidado de la salud.

El objeto de cualquier inversión, siempre es procurar ganancia para el inversor. Ese principio simple opera igual en las instituciones privadas de servicios de salud. No es sorpresa, entonces, que las decisiones médicas y administrativas dentro de los hospitales son hechas frecuentemente bajo una base de lo que representa o no una ventaja económica en la operación del “negocio”, con un mínimo enfoque dirigido a las necesidades del paciente y su familia. Aún así, acudimos en manada a los hospitales con la esperanza de que obtendremos allí un tratamiento humano y médicamente apropiado. Debemos ser masoquistas, ¿no?

Por su naturaleza intrínsecamente económica no es raro encontrar, por tanto, que los conglomerados hospitalarios de mayor crecimiento en Puerto Rico no estén en manos de médicos, sino de personas con un razonable conocimiento de las finanzas inherentes a la industria que hoy día representa la salud. En esta manos y no en la de los médicos, reside la autoridad decisional. Si los médicos no poseen la autoridad suficiente para tomar las decisiones importantes dentro de la administración de los hospitales, es razonable entonces concluir que ello debe incidir en un peor cuidado de salud para los pacientes, lo que evidencian las estadísticas de los casos de impericia médica y negligencia hospitalaria que van en aumento en todas partes.

Si las decisiones que se toman actualmente en esta industria son principalmente del tenor económico, no nos debe resultar raro que una vez adentro, le zumben al paciente cuanta pastilla y suerito se pueda uno imaginar y sometan al pobre a cuanta prueba diagnóstica sofisticada esté disponible, mientras sea “rentable” y el plan médico pague por la hospitalización y la cura. Cuando deja de serlo, entonces vienen las órdenes de alta, en ocasiones disparando al paciente fuera del hospital aún enfermo para que, como boomerang, regrese luego y comience el proceso económico nuevamente.

Mientras todo esto esté ocurriendo y la caja registradora del hospital esté sonando, los componentes de la industria de la salud están felices y contentos. ¿Y los pacientes? Muy bien, gracias.

No hay duda; ir a un hospital, o como dicen en Ponce asilarse, puede resultar nocivo para la salud.