jueves, 29 de noviembre de 2007

El día que me quieras ....


Trabajo en lo que siempre fue mi vocación: como abogado. Soy boricua de pura cepa y me confieso admirador eterno de la música en general y, en particular, de canciones que considero inmortales, como la que sirve de título a este ensayo. Dicho sea de paso, canción que estoy repasando en el piano nuevo que mi esposa Joanna me regaló como anticipo navideño, con la anuencia de Gardel, quien le puso música a la letra de Alfredo Le Pera.

Al punto. Me considero un ser humano dichoso. No por cuestiones materiales, que siempre son efímeras. Lo soy porque tuve unos padres dedicados y amorosos y porque doy y recibo el amor de mis seres queridos - los humanos - y también el de mi perra Filomena que, aunque aún traviesa por su corta edad, se comporta mejor que muchos humanos. Aparte de esas cuestiones puramente personales que se relacionan con los sentimientos más íntimos, no todo el mundo trabaja en lo que le gusta; en mi caso, representar a la víctima de impericia médico-hospitalaria en los tribunales y hacer valer su derecho a una compensación justa tras el evento negligente sufrido. De esas víctimas y sus familiares me llegan solo buenos deseos y también el agradecimiento por un trabajo dedicado y bien hecho. De mis colegas y jueces, recibo el respeto que siempre he reciprocado. De mis viejos y recientes amigos, una llamada o un emilio de vez en cuando para compartir memorias y momentos nuevos. ¿Qué más? Siempre hay más, ¿verdad?

Estando hace unos años en un programa de entrevistas, expuse mis puntos de vista sobre unos proyectos de ley relacionados al tema de la impericia médica ventilándose en la legislatura en esos días. Cuando el micrófono radial se abrió a llamadas del público una dama, sin ofrecer su nombre, se identificó como esposa de un médico ... y quería hacer un comentario. Crucé los dedos. Ella dijo al aire que los médicos del país tenían bien anotado mi nombre para que cuando enfermara yo o un miembro de mi familia, no hubiese uno solo que nos brindara tratamiento. Naturalmente, la dama estaba molesta con mis comentarios anteriores en el programa y, al igual que la moderadora, tomé livianamente su exabrupto radial que, obviamente, no contesté.

No me resultó sorprendente la reacción de aquella señora. Asombrosa tampoco fue la impresión que me daba. Esa llamada telefónica evidenciaba sencillamente que, al representar a víctimas de impericia médica por tanto tiempo, ya me había ganado muchos desafectos dentro de las filas de esa prestigiosa profesión.

No pasó mucho tiempo para que el propio Colegio de Médicos y Cirujanos de Puerto Rico presentara una queja disciplinaria en mi contra ante el Tribunal Supremo, señalando, entre otras cosas y alegadas faltas éticas, que yo estigmatizaba la profesión médica cuando señalaba continuamente que la impericia médica mataba más personas que los accidentes de automóviles, el SIDA y el cáncer de seno. Esos datos, que no me los sacaba de la manga, fueron corroborados fehacientemente por el Procurador General, quien se me unió para pedir al Supremo que se archivara la queja presentada, tal y como se hizo eventualmente, no sin antes recibir varios escritos adicionales de último pataleteo del Colegio de Médicos en mi contra.

En lugar de meterle mano a los médicos negligentes para sacarlos de la profesión, como manzanas podridas que son, el Colegio se entretenía, pretendiendo utilizar el poder disciplinario exclusivo del Supremo para intentar callarme la boca mediante un recurso de In re, pidiendo sanciones que pueden ir desde la amonestación verbal hasta la separación indefinida de la profesión. ¡Casi nada!

Un amigo me dijo hace meses bromeando que iba a tener que ir donde un veterinario cuando me enfermara. Debo confesar que estoy considerando muy en serio su consejo, más aún tras recibir el otro día un comentario similar al de la molesta doña, firmado con un seudónimo, como reacción a un artículo que escribí en el periódico El Nuevo Día.

De todas formas, siempre he pensado que los veterinarios son los mejores doctores al tener que prácticamente adivinar las quejas de sus pacientes. Ya le dije al de mi perra Filo que me abriera un récord, porque el día que me quieran los médicos no me vestiré de fiesta; ese será un día de mala racha.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Se busca un perito!

SE BUSCA UN PERITO

Como abogado cuya práctica profesional principal es representar a las víctimas de impericia médica en Puerto Rico, he confrontado múltiples inconvenientes a la hora de encontrar un médico perito local que analice el caso que traen ante mi consideración. Hay razones múltiples para esa dificultad en encontrar peritos en nuestra Isla. Entre éstas se encuentran falta de tiempo de los galenos para hacer un peritaje médico-legal y falta de disposición a tener que declarar eventualmente en un tribunal en contra de un colega suyo. Me he encontrado con médicos que luego de identificarme sencillamente me contestan con cualquier excusa para no atenderme. Me imagino como se transfigura su rostro al escuchar mi nombre y decir que represento al paciente víctima de una alegada impericia.
En las grandes ciudades o estados ocurre lo mismo; no pensemos que somos el ombligo del mundo y que eso ocurre nada más que aquí. Los peritos de un estado en muchas ocasiones les disgusta declarar en contra de colegas del mismo estado, aunque no lo conozcan ni hayan escuchado hablar de éste. Si pensamos que nuestra isla mide 100 X 35 millas, podremos comprender esta actitud un poco mejor.
De casualidad he hablado con dos médicos en el día de hoy que sirven tanto de perito a víctimas de impericia médica como de peritos a favor de médicos. Uno de ellos me dijo algo que es interesante, pues refleja la actitud que debe permear en esa profesión. No entró en un pensamiento filosófico profundo ni nada por el estilo. Me dijo simplemente que hacía peritaje también a favor de los pacientes porque si ellos mismos no depuraban su profesión, los abogados lo íbamos a hacer por ellos. Le di toda la razón cuando me aseveró tal cosa porque implica una realidad absoluta que ha prevalecido por mucho tiempo, más del que ha debido.
Por años los abogados hemos sido realmente los que hemos intentado depurar un poco la profesión médica mediante las demandas de impericia médica. Ni hablar de las múltiples medidas de seguridad a favor del paciente que se han implantado en los hospitales a raíz de reclamaciones de este tipo.
Las demandas de impericia han tenido ese efecto en torno a la profesión médica porque el Colegio de Médicos ni el Tribunal Examinador de Médicos de Puerto Rico han hecho su trabajo en ese sentido. El Colegio, porque se percibe a sí mismo como un ente colectivo que protege, en lugar de juzgar a sus miembros ante ataques de terceros, aunque sean sus víctimas. Y el TEM…., bueno, el TEM. Ya sabemos lo que ha ocurrido con ese pobre organismo el cual es una criatura del estado llamado a regular la profesión médica en nuestro país, cuyos principales oficiales y tribunos están vistiendo o próximos a vestir el mameluco anaranjado.
Con tantas décadas de existencia jurídica debe ser vergonzoso para todos los médicos que a través de los años lo han compuesto, que haya suspendido la licencia para ejercer la medicina a solo dos médicos por razón de su impericia médica. Y uno de ellos porque salió su nombre a la luz pública en ocasión de testimonios vertidos en la legislatura cuando se discutieron unos proyectos sobre impericia. Ello a pesar de que son miles las querellas sobre impericia durmiendo el sueño de los justos en sus archivos polvorientos, últimamente allanados por agentes federales.
De manera que el médico con quien hablé dijo una verdad absoluta cuando señaló que eran los llamados a depurar su profesión. A pesar de que es de admirar, desafortunadamente aún son pocos los que piensan como él. Prefieren mirar a otro lado a la hora de declarar en contra de un colega. Prefieren mantener el sentido tribal que ha permeado la profesión médica por siglos, protegiendo con su silencio y complicidad implícita a los médicos que siguen dañando a sus pacientes por su negligencia.
Por esa dificultad para encontrar peritos en Puerto Rico, los abogados que defendemos a las víctimas de impericia médico-hospitalaria muchas veces tenemos que recurrir a Estados Unidos, donde los peritos de allá analizan los casos que debieran analizar los de aquí. Y no venga el Colegio de Médicos a ofrecernos un banco de peritos para analizar los casos de las víctimas. ¡Banco fatulo! Para esa entidad las víctimas son los médicos que ven aumentadas sus primas de seguro en cada ocasión que un vil paciente presenta una demanda en su contra. A otro con ese cuento. Arriba los buenos médicos que están dispuestos a servir de peritos al eslabón más débil de la cadena, que siempre es el paciente. ¡Qué mucha falta hacen!

viernes, 23 de noviembre de 2007

VBAC en Puerto Rico... perspectiva de un abogado


Al igual que en Estados Unidos, los obstetras de Puerto Rico prefieren manejar los embarazos posteriores a una cesárea sacando de su cajita de herramientas el escalpelo, independientemente de las razones que hubo para hacerlo la primera vez. Según estos galenos, no hacer nuevamente una cesárea conlleva, entre otros riesgos, la ruptura del útero, ya que una incisión no hace sino debilitar su estructura tisular; y ésta se pone en riesgo con la tensión en el órgano que de ordinario produce un parto natural. ¿Y?

Un gran porciento de los puertorriqueños nacidos en la pos guerra (baby boomers) somos producto de una cesárea, lo que parece arrojar un poco de luz sobre la existencia de unos cuantos César pululando en nuestro entorno. Padres creativos, pero médicos demasiado conservadores, por decir lo menos.

En sus recomendaciones, el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos (ACOG) tradicionalmente ha puesto trabas al parto vaginal luego de una cesárea, VBAC, por sus siglas en inglés. La evidencia científica poco a poco ha venido derrumbando los mitos y falacias tras esos reparos de ACOG al parto vaginal pos cesárea. Sin embargo, la mayoría de los obstetras aún prefieren desenfundar el bisturí y hacer nuevamente una cesárea en lugar de un parto natural. Llamémoslo conservadurismo, miedo a las demandas, jaibería económica, en fin, démosle el calificativo que queramos. Lo cierto es que nuestra población en edad fértil tiene que lidiar todos los días con obstetras que prefieren abstenerse de atender una paciente si el parto natural es la opción que escoge la familita tras una cesárea.
A pesar de que sus recomendaciones son mucho más que persuasivas a la hora de establecer el estándar de cuidado en los tribunales, con el tiempo he aprendido a mirar con sospecha estas pretensiones de mandamientos de la ACOG, ya que esa asociación es simplemente una tribu, cuyo fin primordial es proteger a sus pares de demandas de impericia médica. En cuanto al tema que nos ocupa, la opinión de muchos es que pretende mantener el monopolio en el cuidado del embarazo y del parto, vis a vis el resurgimiento de las parteras (comadronas en nuestro léxico boricua) y de legislación que las apoya (midwifery legisation) en los Estados Unidos .

Hay quienes dicen que un obstetra sobra a la hora de un parto normal, a no ser para tomar fotos del bebé. Yo no soy tan drástico; creo que tienen su función importante en un parto feliz. Sin embargo, no pretendo, como abogado, convencer a mujer alguna que haya tenido una cesárea previa a que opte por un parto vaginal en sus embarazos subsiguientes; zapatero a sus zapatos. Afortunadamente el número de obstetras en nuestra isla que cree y promueve el VBAC va en aumento, como lo demuestra el comentario #7 que, bajo el seudónimo de “El Partero”, hace un médico obstetra a nuestro ensayo anterior. Esta nueva cepa de médicos son los encargados de disipar el temor que sus colegas han infundido por décadas en nuestras mujeres. Ellos son los llamados a difundir los beneficios del parto vaginal pos cesárea y a seguir derrumbando, por los medios a su alcance, los mitos y falacias tras el adagio hoy anacrónico del “once a cesarean, always a cesarean”.
Ya dijimos anteriormente que una cesárea innecesaria, de las muchas que se practican diariamente en Puerto Rico, constituye un acto de impericia médica. Debo añadir que esta impericia, que atenta contra la integridad física y emocional de la familia, ha quedado impune a lo largo de los años. Hacen falta buenos médicos que combatan esta agresión en contra de la mujer, no solo en sus consultorios y en las salas de parto, sino en los tribunales, como peritos en favor de las víctimas de esta impericia médica; mano a mano con los abogados que combatimos esta impunidad, aunque seamos todos objeto de muchas miradas torcidas. Nuestras futuras generaciones sabrán ser agradecidas.

martes, 13 de noviembre de 2007

Cirugía innecesaria bajo influencia de su médico. Cesáreas a la orden!

En Puerto Rico, Estados Unidos, en fin, en todos los países, millones de pacientes al año se someten al escalpelo de sus cirujanos por distintas razones. Sin embargo, ¿han sido necesarias todas esas cirugías?
No es un secreto que muchos pacientes han sido sometidos y han pagado por cirugías que no son necesarias. Los únicos que parecen beneficiarse de estos procesos innecesarios son obviamente los medicos y los profesionales de la salud que les prestan a los pacientes servicios incidentals al proceso quirúrgico. En Death by Medicine, http://www.lef.org/magazine/mag2004/mar2004_awsi_death_02.htm, visitado el 12 de noviembre de 2007, el Dr. Gary Null estimó que anualmente se hacen 7.5 milones de procesos médicos innecesarios. En lugar de resolver los problemas, el Dr. Null añade que estos procesos médicos innecesarios muchas veces no hacen sino provocar y hacer que surjan nuevos y mayores problemas de salud y en ocasiones la muerte del paciente. De este dato podemos dar fe.
De acuerdo a Under The Influence of Modern Medicine por Terry A. Rondberg, un informe de 1995 de Milliman & Robertson, Inc. concluyó que cerca del 60% de todas las cirugías practicadas son realmente innecesarias. Entre estos procesos se encuentran predominantemente las histerectomías, las cesáreas y cirugías para puentes arterio-coronarios
No conocemos datos estadísticos en Puerto Rico sobre la totalidad de procesos quirúrgicos que son practicados de forma innecesaria. Solo en una de las cirugías, la cesárea, se ha informado por la Organización Mundial de la Salud, que Puerto Rico tiene la dudosa distinction de estar ubicado dentro de los primeros países en incidencia, con alrededor de 45% de los partos hechos por este método.
Tras una cirugía innecesaria está la forma y manera en que el médico obtiene de su paciente el consentimiento para someterse a ésta. No hay duda de que, para ello, el medico tiene que inyectar un ingrediente de engaño en el proceso de tomar el consentimiento a su paciente. De otra forma no lo obtendría. En este engaño del medico a su paciente yace el problema no solo moral, sino legal en este tema de las cirugías innecesarias.
En todo proceso quirúrgico existen normas y protocolos estándares que deben primar antes de proceder con éste. La cesára no es la excepción. Después de todo, una cesárea desvía el proceso de parto natural hacia uno que no lo es. Debe justificarse adecuadamente la decisión que toma un médico para ordenar una cesárea. Sin embargo, razones puramente personales del médico, ajenas al bienestar de la madre y su hij@ están prevaleciendo en un alarmante número de casos en Puerto Rico.
¿Cuales son las consecuencias de una cesárea innecesaria?No tengo duda de que cualquier cirugía innecesaria es un acto de impericia médica, desde el mismo momento en que se toma el consentimiento “informado” del paciente totalmente viciado, por contener criterios fatulos, con el solo objetivo de justificar el procedimiento. En el caso de las cesáreas, el medico no solo priva a la madre de sentir la experiencia del nacimiento de su hij@, pues la anestesia epidural se lo impide. Aún cuando el proceso resulte en un bebé completamente normal, la cirugía

martes, 6 de noviembre de 2007

Llueve y no escampa ¿Que maten a quien?


No voy a comenzar hablando de impericia médica en Puerto Rico. Vean como me comporto.

Una de las obras del británico Shakespeare que visité me tocó personalmente, obviamente cuando no estaba tocando la guitarra en Peyton Place en mis estudios en la Universidad de Puerto Rico. Como respuesta a la exclamación de un personaje central que decía: "que maten a los abogados", otro contestó que los abogados son un mal necesario, con el que "tenemos que vivir".

Desde hacía un tiempo, ya había decidido seguir los pasos de mi padre y mentor en el ejercicio de la abogacía y hacer la incursión en los estudios que han regido mi vida profesional.

Algunos pueden pensar que somos un mal necesario o sencillamente un mal. Por razones obvias estoy prejuiciado y no creo ninguna de las dos aseveraciones, aunque puedo argumentar logicamente y sin apasionamiento mis puntos de vista. Creo que los abogados constituimos el medio idóneo para que los indefensos o más débiles en la sociedad en que vivimos logren justicia a sus reclamos. Aunque sea soslayadamente, caigo siempre en el tema de la impericia médica; no tengo remedio.

La fiscalía federal acaba de añadir en estos días medio centenar de acusados a la lista de alrededor de ochenta médicos imputados de fraude en la obtención de sus licencias para practicar la medicina en nuestra pequeña Isla del Encanto. Como si fuera poco, hasta dos ex presidentes del benemérito Tribunal Examinador de Médicos cayeron en la última redada de los federicos. Por otro lado, la pobre renunciante presidenta del Colegio de idem la debe estar pasando muy mal con las imputaciones serias que se le hacen publicamente a diario sobre asuntos nebulosos durante su incumbencia en el colegio y más recientemente, imputarle hasta gestionar arreglos a su automóvil con la tarjeta de crédito del gremio o club que dirigía y que poseía como parte de su generoso estipendio como titular. En fin, que llueve y no escampa para la clase médica en Puerto Rico.

¿Qué pasa con los médicos del país?

Para que no crean que soy un prejuiciado, sostengo que, afortunadamente, los imputados de delito y los que están en boca de todos en este momento representan solo una exigua parte de los médicos de este país; la mayoría abnegados y entregados a su vocación de atender bien y profesionalmente a sus pacientes, con sensibilidad y conocimiento, aunque en el fin de semana prefieran atender sus cosillas personales. Sin embargo, por nada del mundo se me ocurriría decir que "maten a los médicos" ni que estos profesionales de la salud son un "mal necesario".

Desde hace tiempo unos pocos hemos abogado por un escrutinio serio de la profesión médica. En ocasiones en foros públicos, en contra de la corriente, fustigados por unas relaciones públicas muy bien orquestadas y pagadas. En otras lo hacemos a nuestro modo, en nuestro gallinero: trayendo a los tribunales a quienes han ocasionado daño a sus pacientes mediante su impericia o negligencia.

Algunos pueden creer que los abogados que estamos en esta práctica profesional lo hacemos por el dinero; en verdad me importa un bledo si así lo creen. No soy ingenuo, sin embargo. Puede que haya uno que otro abogado que, con esa meta en mente, esté radicando demandas en favor de víctimas de impericia médica. Pero aún si así fuere, aunque sea por carambola, es necesario reconocer la gran labor social que todos hacen por medio de la presentación del millar de demandas de impericia médica que se radican en los tribunales en Puerto Rico.

Nuevas medidas de seguridad en beneficio del paciente son implantadas en la profesión médica y, sobretodo, en los hospitales, debido a las demandas. Demandas que, en su origen, no persiguen otra cosa que la de equiparar a la víctima de impericia médica con su victimario mediante una compensación económica justa y razonable, que es la única manera establecida en nuestro sistema judicial para hacerlo. Y, créanme, hay otros países que los meten presos, que es lo que se debería hacer aquí en algunos casos . . . , con algunos médicos. Para bien o para mal, largo es el trecho recorrido desde Hamurabbi.