martes, 7 de agosto de 2012

Natalia

Este artículo no es de impericia médica o de negligencia hospitalaria en Puerto Rico. Trata de un médico sensible a las necesidades de su paciente; trata además, de ella y de su bebé.

Por una testarudez del médico que la atendió en su primer embarazo, mi hijastra tuvo una cesárea innecesaria. De esas cesáreas de las que, a última hora, el obstetra impone su decisión, simplemente porque le da la gana, por no amanecerse o por temerle a una demanda de impericia médica y solapadamente extorsiona implicando que la bebé puede sufrir daños.  Ante esa presión indebida, en un momento como ése, ¿quien se niega?  En el caso de mi hijastra, por el chorro se fueron con ese obstetra los parámetros médicos aceptables y adecuados para concluir un proceso natural de parto y terminarlo mediante una cesárea.  Después de un tiempito lo agarramos bajando, pero esos son otros veinte pesos.

Luego de esa experiencia traumática para todos en la familia, no solo desde el punto de vista físico sino emocional de mi hijastra, ella quedó nuevamente embarazada, habiéndose mudado antes a los Estados Unidos con su esposo y su hijita de cinco años.  Estaba decidida a tener un VBAC (parto vaginal luego de una cesárea) y se lo comunicó así al obstetra que trató su embarazo y eventual parto, Dr. Marc Wilson.

Al cabo de 40 semanas de gestación, rompió membranas como el preámbulo natural al parto que se avecinaba. Eso ocurrió alrededor de las 9:00 de la mañana de ayer, 6 de agosto. Mi esposa Joanna, que la acompañaba, dejándome solito, me informó del evento, diciéndome, además, que acudirían próximamente a la sala de parto, aledaña a la oficina de su médico. A este también lo llamarían para asegurarse que él la atendiera en su parto y no uno de sus socios, con quienes no había tenido relación alguna en sus visitas prenatales.  Así hicieron, activándose de momento todos los celulares de la familia íntima y extendida, de aquí y de allá. Como era de esperar, la noticia del parto que se avecinaba nos alegró y emocionó a todos.

Una vez en sala de parto, le practicaron los exámenes pertinentes y, no habiendo aún dilatado completamente ni borrado su cérvix, la mandaron a caminar. Pacientemente lo hizo, esperando a su médico que la vendría a examinar alrededor del mediodía.

Cerca de las 5:00 de la tarde, la parturienta aún estaba en seis centímetros, lo que advertía que el parto iba a durar unas cuantas horas adicionales. Las enfermeras le dieron una bola para hacer unos ejercicios.  Las contracciones, sin embargo, se habían intensificado y eran recibidas por todos con alegría, porque auguraba un proceso normal.  Bueno, lo cierto es que fueron recibidas con un poco de menos alegría por la parturienta, que ya daba signos de agotamiento físico.

La familia examinaba "con rigor científico" los trazados del monitor fetal que nos mandaba mi esposa por mensaje de texto. Notábamos que los picos eran altos, lo que evidenciaba que las contracciones eran sabrosas e intensas. Más importante aún, evidenciaban que los latidos del bebé eran fuertes y regulares, dentro del parámetro normal, alrededor de 140 latidos por minuto. La parturienta estaba realizando una buena labor de parto y el bebé esperaba en la caja de bateo, ansioso por salir.

Pasaron unas cuantas horas adicionales. En el ínterin, su dilatación se pasmó, llegando a cerrar un poco, lo que motivó una orden de pitusina.  El optimismo del médico, sin embargo, era notable, inyectando de positivismo a la parturienta y a mi esposa, la aprendiz de comadrona, que en silencio tenían "flashbacks" del evento de hacía cinco años.  A las 10:07 de la noche la parturienta llegó a 10 centímetros de dilatación, con el cuello del útero completamente borrado, lo que significaba autorización para pujar; pujos que había aguantando desde hacía rato.

No sé si en Puerto Rico el VBAC se hubiese dado. Mi intuición me dice que no, no obstante la concienciación que está siendo creada actualmente por diversos grupos de presión, como "Inne CESAREAS".  Probablemente en el momento que la dilatación se pasmó el médico hubiese ordenado una cesárea, cercenando las ilusiones de la madre y su familia de un parto vaginal.  Ojalá que esto cambie pronto en nuestro país para beneficiar a otras mujeres que, como a mi hijastra, le practicaron una cesárea innecesaria. Ojalá crezca el número de médicos sensibles a las necesidades físicas y emocionales de sus pacientes. Ojalá se acaben las demandas de impericia médica, aunque ello signifique que tenga que dedicarme a otra cosa.

A las 10:21 de la noche, luego de tres buenas contracciones y varios pujos, nació una hermosa bebé. Con todo y VBAC, la bebé pesó 9lbs y 5oz y midió 21 1/2 pulgadas.  Al instante volaron por el ciberespacio las fotos de la recién nacida y su madre creando el "bonding" con ella. 

desde el otro lado del charco me hicieron abuelo nuevamente y le pusieron de nombre NATALIA ISABEL. Mi querida viejita, que nos acompaña a mí y a mis hijos en nuestros corazones, también se llamaba Natalia, así que mi contentura es múltiple.  Quizá la de ella también, que, además, su tía favorita y una de las mías, se llamaba Isabel. 

Felicitaciones para la familita.  Mucha salud para la madre y su nueva beba; largos años de vida para mi nueva nietecita, que me llamará también: Papabú, !qué dinda!