De vez en cuando dejo atrás las lecturas obligadas sobre mis casos de impericia médica, las historias de ficción de abogados (John Grisham) o de médicos (Robin Cook) y tomo algunos de los libros de autores de Puerto Rico que he decidido leer y que, muchas veces, descansan, uno sobre otro, sobre mi mesita de noche en espera de que abra sus páginas y las lea con avidez.
Esta vez le tocó el turno a don José Trías Monge, otrora Secretario de Justicia bajo Muñoz y presidente del Tribunal Supremo del País por un poco más de 10 años, hasta su retiro en 1985. Su permanencia en nuestro más alto foro judicial coincidió con mis primeros años del ejercicio de mi profesión de abogado, por lo que su tribunal marcó, para mí, el comienzo de una carrera profesional de la cual he derivado muchas satisfacciones.
Don Pepe, como le conocían sus allegados, luego de haber estado ligado, él y su bufete, al Partido Popular Democrático, publicó en 1997 el libro en el idioma inglés que tituló “Puerto Rico, The Trials of the Oldest Colony in the World”. Como su título sugiere, la tesis central del autor gira en torno al planteamiento de que, luego de casi 100 años de la invasión norteamericana a Puerto Rico, contrario a las aspiraciones políticas diversas de la población, a lo largo de todos estos años, el País se encuentra sumido en el mismo estado colonial en que lo encontró el advenimiento del siglo 20. Ello, no solo para desgracia de nuestro País, sino para vergüenza del propio país colonizador, Estados Unidos, alegado paladín de la democracia mundial y forjador de muchos gobiernos que dejaron atrás, por su intervención, sistemas dictatoriales y coloniales.
Quiero a continuación citar en una traducción libre, el párrafo, quizás, más logrado que tiene ese libro, porque tiene la virtud de sintetizar en unas pocas palabras la situación vigente en nuestro País: “A medida que el centenario del advenimiento de las tropas norteamericanas a Puerto Rico se acerca, las condiciones políticas, económicas y sociales de la Isla son nada de lo que Estados Unidos o Puerto Rico pueden sentirse orgullosos. Grandes desarrollos se han logrado en varias áreas, pero a un alto costo. En el proceso, en una extensión deplorable, los puertorriqueños se han convertido en adictos a las dádivas, se han acostumbrado a condiciones de inferioridad política y se han tornado indiferentes a la erosión de la identidad nacional”.
Nada ha cambiado desde el momento en que Trías escribió su libro y eso deja un profundo sabor de amargura en un lector que nunca se ha sentido parte de la corriente. Seguramente el mismo sentido de amargura del autor fue el dínamo que lo impulsó a escribir de la manera en que lo hizo. Seguramente la misma frustración que motivó a Neruda a escribir sobre la libertad del hombre y de la tierra y a tantos otros autores o políticos de buena fe que fueron víctimas de sistemas políticos que intentaron cambiar.
En mis años de estudiante había un dicho común entre la población adulta y votante que, medio en broma y medio en serio y refiriéndose a la situación en Puerto Rico decía que “esto no lo arregla ni Mari Brás.” Cuando leí el párrafo que cito del libro de Trías recordé a don Juan, quien a sus 80 y tantos años se encuentra dictando cátedra de derecho en Mayagüez y de cuya voz, de vez en cuando, surge la conciencia de un País que sigue en desbandada a pesar de los años y de las luchas.
Como parte de la generación inconforme de los 70’s, la de los revoluces en la UPR, pasé mi juventud bajo la firme creencia de que nuestras ideas y actuaciones arreglarían al mundo que, en esos tiempos, daba la impresión de estar al garete. Me falta poco para llegar a las seis décadas de vida y el mundo sigue estando al garete y, al igual que muchas generaciones que me preceden, la mía tampoco ha hecho mucho por arreglarlo, quizás por imbuirnos en nuestros propios problemas y circunstancias personales, mientras hemos abandonado los del colectivo.
El mundo que probablemente legaré a mi descendencia resultará peor que el que legaron mis padres. Seguimos en la misma bazofia política que Muñoz Rivera, De Diego, Barbosa, Albizu, Muñoz Marín, Fernós, Juan Mari, Berríos y otros, cada cual con su prisma, han pretendido variar desde 1898. Estados Unidos sigue inmerso en sus propios problemas, siendo indiferente y resultándole irrelevante los que sufre la colonia más vieja del mundo.
Resultaría penoso que mi generación no deje ejemplos de políticos que mi descendencia pueda emular. Todo parece indicar que tendrán que seguir pensando en los mismos que la mía intentó emular, si es que se intentó, con los resultados que tenemos.
¿Habrá una luz de esperanza para nuestro País? Espero que antes que enganche los guantes la pueda ver. Quiero dejar un mundo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario